Es común en las empresas de nuestro entorno, no dar excesiva importancia al órgano de administración de las empresas. Los empresarios ven este aspecto como una mera formalidad que hay que sufrir porque así está regulado en nuestro ordenamiento jurídico, y “nos lo piden el notario” cuando hemos de realizar cualquier operación mercantil o de financiación. Esta realidad obedece, seguramente, al desconocimiento que existe respecto de las responsabilidades que asumen las personas que componen el órgano de administración, o a la percepción de que una mayor atención a su organización y gestión va a suponer una pérdida de tiempo, o cuanto menos que dicha dedicación pueda ser poco rentable.
Propongo a aquellas personas con responsabilidad en la gestión y administración de una empresa familiar que estén leyendo este post, y que no hayan reflexionado respecto de este punto, que se pregunten de una forma sincera si creen que todo lo que tiene que ver con la administración de la empresa se hace perfectamente. Yo tengo la seguridad de que la gran mayoría de empresarios que llevan años funcionando en unos mercados tan competitivos, hacen bien muchísimas más cosas de las que hacen mal. Además no tengo ninguna duda acerca de la relevancia social que merecen los empresarios como generadores de riqueza en nuestra sociedad. Pero dicho esto, todos sabemos que en las organizaciones no siempre se hacen las cosas como sabemos que se pueden hacer; el día a día suele impedir la posibilidad de tratar temas importantes, pero no urgentes, que tienen que ver con el futuro de la empresa y de la familia empresaria con la empresa. De ahí nace la importancia de poder dotar a la empresa de un lugar en el que, de forma ordenada y reflexiva, y periódicamente, se traten determinados aspectos estratégicos que puedan ayudar a pensar en clave de largo plazo.
Un buen Gobierno Corporativo en la empresa familiar, además de favorecer que la empresa vaya mejor – por obligarse a pensar a largo plazo – reduce la probabilidad de roces entre familiares, la mayoría consecuencia de tener ideas diferentes de la empresa, derivado de la falta de comunicación entre los socios familiares y por la nula posibilidad de participar en el proyecto común.
Incorporar en el órgano de administración a un profesional independiente que nos ayude reflexionar acerca de los retos presentes y futuros, y que su objetividad pueda ayudar a conducir determinadas relaciones entre socios-familiares, es un elemento que cualquier administrador de una empresa familiar, más allá de la pereza o del miedo por acertar con la persona idónea, sabe que podría ayudar a mejorar aspectos que durante años no se les presta atención.